Escondido detrás de las paredes que no veo, está el rencor añejo que derrite mi capacidad de asombro. Allí estás, con tu seguridad y mis ganas de romperte la cabeza. Muchos minutos pasaron desde el minuto en que el hierro se volvió vidrio y se estrelló contra un halo de mentiras que no quise escuchar. Entre tanto, los ruidos del ambiente se filtran y todo es más oscuro. Cuando la fiesta termina me voy a casa solo, triste y sin saber qué hacer. Miro tele, echado, recién duchado pero con la conciencia sucia de los suicidas culposos. Un no-amor triste que no refleja amor sino incordura, un gusto amargo en la boca después del tiempo que no supe esperar y es irremediable. Ante los ojos del que espía, mi cuerpo es una esquirla y todo derecho a destruirlo debe ser consensuado. Mi sangre aguarda inquieta a decir que lo hecho, hecho está, a nadie le importa – no debería importarle- si la aguja llega al corazón o a mis oídos. No espero nada. El asfalto se ve encantador y mi risa triste, comprimida ante la ausencia, se torna en mueca y se deshace en canciones.
Un auto frena y el chillido me trae de vuelta al mundo de los vivos. La paciencia que me caracterizo por no tener aflora entonces, inesperada, y deja todo, como siempre, para después.
(a partir de la biografía de Kurt Cobain, en su memoria)
L.
25.10.06
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